Junho/2001
Boletim nº 87
Eramos pocos pero bien montados, no más que unos 25 amantes del aire puro y la aventura, que, deseosos de sacar a ventilar los viejos abrigos, nos entregamos a la suerte de los duendes de la fría montaña.
Para el almuerzo del sábado, en el recién inaugurado restaurante Paiol, como estaba previsto nos castigamos con un abundante pucherazo. Notamos bien que, por supuesto excluyendo a este mesurado cronista, voluptuosamente todos le clavaron el diente a los choclos, chorizos, zanahorias, boniatos, porotos y otras impudicias gastronómicas. Un ímpetu que solamente el aire enrarecido de las alturas lo podría justificar. Por las pocas migajas que sobraron, las caras de satisfacción y los generosos comentarios, debemos creer que todo estuvo muy sabroso. Ni faltaron los tradicionales y emocionados discursos, de aquellos que solamente una panza llena y un cerebro algodonado por el vino permitirían pronunciar. Y así se extendió el ya claudicante pucherillo, dale a fotos, abrazos, chistes, musica y algunos cuentos mentirosos del Quico, hasta que el solcito se empezó a ocultar.
Más tarde, varios de los excursionistas se reunieron en la cabaña de Wania, una buena amiga del Club y en gran parte responsable por el éxito del paseo. Rodeando el fuego de la estufa a leña, se contaron chistes, se cantó y, como punto alto, nos deleitamos con la declamación de Mirtha Cuitiño.
Wania, vamos a tratar de disculparte que, además de hacernos esperar una hora chupando frío a la intemperie por la llave que te habías olvidado, tenías solamente tres pocillos para servir café para veinte. Digamos que esto sirvió para hacernos recordar una de nuestras tradiciones, la rueda del mate, sólo que con ridículas tacitas de café. ¡Como está cambiada la gauchada! Por su simpatía y amabilidad, perdonamos a la gentil anfitriona.
Después de un merecido descanso en la posada, salimos a romper la noche a fuerza de sopas típicas y la más pura cachazinha , en un boliche pulguiento y sin nombre – pulguiento por el alano que insistía en lamber los pies de los comensales y sin nombre porque no tenía nombre nomás – pero todo delicioso y, para el deleite de los más tradicionalistas orientales, bien baratito!
Las conversaciones fueron condimentadas por el relato de Esteban sobre su aventura en la carretera, encarando valientemente un conflicto de transito contra una lugareña. Cuento repetido hasta el cansancio, llegando al cúmulo de hasta servir para la chacota por parte del pulpero del lugar. Y bueno, es el presidente, tiene derecho adquirido, banquémoslo!
La cosa no había acabado. El domingo por la mañana, como el sol de invierno lo invitaba, se decidió hacer una visita a una fazenda que se decía muy especial. “ Ej aí nomáá ” dijo, demostrando – desconfiable – seguridad el cubano Juan, con su extraño y casi ininteligible acento caribeño, que hace creer que amasó un puré con las eses y un par de maracas y se lo puso abajo de la lengua. Desconfianza aquella, justificada, después de una hora comiendo polvo y tierra a 10 k/h y dejando un par de amortiguadores por el camino. Era tanta tierra que ni siquiera faltó el siempre inoportuno gracioso que sugirió plantar papas en la valija. Menos mal que el destino, una casa de película en un valle maravilloso, hizo valer la pena el esfuerzo.
Y así nos fuimos descolando a los pocos, en pequeños grupos, y volviendo para casa. Llegamos cansados, felices, agradecidos y llenos de ideas para repetir el evento en algún otro lugar.
Por Ricardo Aguirre
Para URUGUAY EN RÍO